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En una época de cambio como la que vivimos, ¿esto nos ha hecho mejores personas y mejores profesionales? Hay vivencias que pasan por nosotros, pero nosotros no por ellas. Nos afectan en el momento, pero parece que no dejan un poso de sabiduría y humildad (¿puede existir la una sin la otra?). Para lograr esta evolución hay dos elementos que ayudan enormemente: la intensidad de las vivencias y cómo la inteligencia emocional las gestiona.

Es por ello que pasamos por diferentes etapas, cada una con un aprendizaje, si se quiere extraer, claro está. Hay personas que se quedan en el “por qué” en lugar del “para qué”. Y esto abarca tanto la vida personal como la profesional, pues ambos campos interactúan constantemente, por mucho que algunos quieran separarlos pagando una alta factura en su vida.

No hay edad para vivir estas etapas. Tampoco condición social, económica o sexual. Todos las vivimos de una u otra forma, como ese maravilloso proceso que unas veces es madurar, para ser más sabios y libres hasta de nosotros mismos, y en otras ocasiones, enconarnos en nuestra estupidez emocional reflejado en un tonto orgullo que nos impide cambiar, avanzar y evolucionar.

Posiblemente la primera etapa sea la de la “arrogancia”. En la juventud si se logra un éxito determinado, nuestro ego se apropia de ello cual trofeo. Uno considera que es fruto de su propia inteligencia, relaciones, cuna o mérito. Puede ser en cualquier ámbito, ya sea personal o profesional: el directivo que alcanza un reconocimiento por determinados logros, un escritor o cantante ante su primer gran éxito, un joven deportista encumbrado por el entorno mediático o cualquier persona en una etapa exitosa de su vida. Ello puede generar no escuchar otras voces más experimentadas y tomar decisiones inmaduras fruto de dicha arrogancia, la cual suele disfrazarse y no ser reconocible hasta la caída.

Pero todos sabemos que todo cambia. Tarde o temprano suele llegar el descenso de la montaña del éxito. Una lesión inesperada, un segundo libro que no tuvo éxito o un mercado que no responde a la estrategia diseñada, pueden ser la puerta a una serie de experiencias de un inmenso aprendizaje que sin embargo lo veamos con “desesperación”, generando una profunda crisis, una intensa desorientación y hasta un cuestionamiento personal. Ya no están los amigos que uno creía, ni el reconocimiento al que se estaba acostumbrado y hasta puede que se sienta que dicho “fracaso” es el fin de todo. Pero esta cura es necesaria, ya que dicho dolor te acerca a los demás. Es generador de comprensión, empatía y un entendimiento más profundo de la propia existencia del ser humano.

En estas circunstancias puede suceder que entremos en zona peligrosa: experimentar lo que me atrevería a llamar “la habitación oscura debajo del infierno”. Esta es una situación de auténtica desesperación, producida por cualquier acontecimiento enormemente grave o que sin serlo, lo veamos como tal. Es la noche oscura del alma, donde nuestro proyecto empresarial o de vida se viene abajo. Tocamos fondo. Mejor dicho, descubrimos que debajo del fondo, hay más. Es una zona de enorme peligro psicológico y emocional. Pero la buena noticia, es que cuando se sale, el coraje, el autoconocimiento y la autoestima han hecho que superemos esta etapa tan profunda. Salir de ella, te cambia, te transforma. Es una auténtica purificación de todo aquello que cargábamos, que nos ataba y que nos condicionaba. He visto personas que saliendo de esta zona, han cambiado de empresa o han montado la suya. O puede que tras una relación traumática, se hayan recompuesto con mayor fortaleza interior. Y será la memoria de este éxito, lo que dará fuerzas para levantarse de nuevo en futuras caídas.

Las continuas crisis que estamos viviendo, han puesto a muchas personas en esta situación. Unas veces por la enorme incertidumbre, otras por el fallecimiento de seres queridos o sencillamente porque nuestra alma llega a un hartazgo de vivir como lo hacemos. “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?” decía un famoso cuento para evidenciar cómo nuestro juicio muchas veces nos hace vivir dramas que por otro lado, son las semilla de una época de plenitud.

Y llegamos a la recuperación. Volvemos a tener éxito. Nos hemos recompuesto, con un mayor bagaje, conocimiento y experiencia. Pero la arrogancia de la primera etapa, ha sido sustituida por la “humildad”, pues se es consciente que con la misma facilidad que se sube, se puede caer. Ésta o se aprende de familia, con una buena educación, o la propia Vida es maestra en su aprendizaje.  Al igual que ha crecido la confianza en nosotros mismos por haber superado las dificultades, también somos más sabios para entender que hay elementos que no controlamos y que pueden cambiar nuestro rumbo de forma drástica. Es aquí donde las amistades, el entorno y nuestras relaciones son más auténticas, más profundas, buscando seguramente primero el “quién” y luego “el qué”.

Y finalmente, volveremos a bajar en esta subida y bajada constante que es la Vida. Pero esta bajada se caracterizará por un elemento: “la esperanza”. Si bien la memoria, a veces nos sabotea el disfrute del presente, en este caso, el recuerdo de haber superado anteriores situaciones, hace que tengamos fe en que con paciencia, persistencia y esfuerzo podemos salir de cualquier bache que se nos presente.

En resumen, arrogancia, desesperación, humildad y esperanza. Cuatro etapas que puede que recorramos de una u otra forma. A una u otra edad. Lo bueno de quien antes empieza a vivirlas, es que disfrutará más de cada instante y a la vez, podrá ayudar a más personas a irlas superando. Lo cual, también da sentido a nuestras vidas.