Por mis cuarenta cumpleaños me regalaron un salto en paracaídas. ¿Regalo o sorpresa escondida? Antes de nada verifiqué que se había abonado todo el importe de la experiencia, no fuera que el monitor me soltara a la altura hasta donde se había pagado…

Nunca la asumí como “¡Ooohhh! ¡Qué valiente!”. No. Creo que simplemente es una experiencia que cuenta con todas las garantías como para hacerlo. Me apetecía saltar en paracaídas, pero sin embargo, nunca probaría el “puenting”, ni me subiría a muchas atracciones que podemos ver en un Parque.

Pero vayamos a los que pasó por mi cabeza.

Aquí les dejo el vídeo y verán que ¡vale la pena!

A medida que ascendíamos en la avioneta, me relajaba ver la tranquilidad de los monitores. Decir que en la preparación, me encontré con un viejo amigo del colegio, que llevaba 17 años saltando cada fin de semana. Argumentos para estar tranquilo ¿no?

¿A qué se debía esta relajación? Pues sencillamente a la evaluación de la situación. Mientras que practicando otro tipo de deportes arriesgados, uno podía quedar lisiado, en éste, si fallaba algo, no habría ocasión de comentarlo en el blog. Al menos no yo… 😉

Hablemos de la sensación de control. ¿Acaso la tenemos en nuestra vida? Es gracioso ver cómo cuando planificamos algo con sus posibles opciones (a, b, c o d) muchas veces ocurre lo inesperado. Es el efecto épsilon. El pasado día quedé a jugar al padel y no jugamos porque en el centro comercial donde se hayan las pistas hubo un incendio. ¿Quién puede planificar esto?

El ver a los monitores tan relajados, bromeando, haciendo sus rutinas, sólo transmite confianza. Nada está bajo mi control. Yo sólo tengo que hacer lo indicado y confiar. Es una cuestión de confianza.

Y llega el momento. Se abre la puerta y uno ve la maravillosa playa de Maspalomas y del Inglés bajo los pies. Volamos más alto a lo que suele hacerlo un Binter (al menos esa era mi impresión). La fuerza del viento y las sensaciones se empiezan a disparar. Llega el momento. He de reconocer que a veces he sentido más “gusanos” en el estómago teniendo que dar alguna conferencia en público (ya fuera por la cantidad de público o por la temática a dar) que por lo que vivía en aquel momento.

Y empieza el protocolo. Hay que sacar los pies. El gran problema es que al ir agarrado completamente al monitor (obviamente el salto era en tandem) la movilidad es muy reducida. Se saca uno. Se saca el otro. Y cuando voy a hacer la gran pregunta de “¿está todo ok?”, me veo cayendo al vacío en una sensación entre gozo y duda sobre si realmente estaba atado al monitor. Daba igual, ya no había forma de solucionarlo. A disfrutar tocaba. Pero de repente, una mano agarra mi cabeza y ¡uufff!, ciertamente el monitor estaba conmigo. ¡A disfrutar pues!

El resto se lo pueden imaginar viendo el vídeo. Uno empieza a relajarse aún más y la sonrisa se dibuja en la cara. Luego vendría la apertura y a seguir volando.

¿Miedo? Como en su momento dijo Krishnamurti, el “miedo es igual a tiempo”. Es el tiempo que pasamos fabricando “futuros”. Alguien puede morir sin sentir miedo, y alguien puede sobrevivir sintiendo miedo.

En resumen es una sensación vital, de plenitud en el presente, de grandeza por lo que se ve desde allí arriba. En cuanto pueda repetiré, eso sí, disfrutando más aún.

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