He tenido la oportunidad, más bien el lujo, de compartir varios días con el proyecto Ruta7. Consiste en un viaje por las 7 islas del archipiélago canario (un continente en miniatura) realizado por 45 universitarios realizando labores sociales con ancianos, niños y adultos con discapacidades así como trabajos de concienciación medioambiental y social. Pero es mucho más. Estas labores son unos de los instrumentos para llevarles hacia un viaje transformador de su conciencia, valores y visión del mundo y por tanto de ellos mismos.
El magnífico equipo humano que dirige este proyecto, son un ejemplo del desarrollo del liderazgo en su versión más sofisticada y vanguardista. Han dejado atrás la filosofía del «top-down», esa gestión autocrática y de definición de lo que hay que hacer, por la del «bottom-up» y la inteligencia colectiva. Permítanme ponerles dos ejemplos.
Cada día, uno de los estudiantes tiene que asumir el rol de «responsable del día». Esto supone que uno de ellos dirige, coordina y gestiona los conflictos que puedan surgir, formando además parte del grupo de directores del proyecto. Podrá parecer algo intrascendental, pero es lo contrario. Supone que ya no vale el victimismo, y la pasividad, sino que ello obliga a cada joven a salir de su zona de confort de «dime lo que hay que hacer» a una zona donde eres responsable y lideras a tus 44 compañeros. Y ahí les veía a cada uno de ellos, organizando y coordinando a todo un grupo que posiblemente desde sus complejos, timidez e inseguridad nunca habrían asumido tal reto. O se lo hubieran encontrado en un futuro trabajo sin la experiencia necesaria, convirtiéndose en un mal líder.
El segundo ejemplo lo reflejaba la «comisión de conflictos», organismo compuesto por ellos mismos para resolver los problemas que podían surgir. Esto supone, como Ronald Heiftnez (profesor de la Harvard Kennedy School) afirma, devolverles la responsabilidad y sobre todo, ser parte de la solución, lo que supone activar la responsabilidad. Ya no bastaba quejarse, sino que ellos eran parte del problema y de la solución. Era genial ver cómo a los pocos días, aquellos 45 universitarios estaban autorganizándose, compartiendo funciones y tareas de motu propio, cumpliendo los horarios, no por imposición sino por responsabilidad y coherencia con todos, y en definitiva siendo cada uno de ellos parte de un grupo inteligente, responsable, maduro y coherente.
Podría nombrarles otras muchas responsabilidades que asumían para coordinar a sus compañeros (limpieza, reciclaje, actividades matutinas, etc.) o sus funciones en los talleres creativos (literatura, música, fotografía, vídeo y artes plásticas). Esto suponía un aprendizaje tanto en conocimiento como a través de los retos que se les presentaban. Piensen que convivir 45 personas durante 35 días no es tarea fácil. Son muchos los egos, así como las variaciones en los estados de ánimo que hay que gestionar de una manera constructiva y sobre todo que supongan un aprendizaje y una evolución personal.
¿Qué he encontrado en este proyecto? Pues la materialización de cómo se debe ayudar a la juventud (y diría que a muchos directivos) a formarse como personas y líderes. A través de los diferentes retos y experiencias han descubierto la escucha, el respeto, concienciación sobre la sostenibilidad y la solidaridad, actitudes de responsabilidad y proactividad, y cómo no, saber trabajar en equipo y liderar personas a través de la participación, implicación y la inteligencia colectiva. Casi nada…!