Liderar no supone hacer las cosas bien. Liderar es gestionar el cambio y esto supone romper con el pasado, mover a la gente de su zona de confort, evolucionar hacia otra forma de pensar o de trabajar. Y siempre hay resistencia.

La gente no tiene miedo al cambio. ¡Tiene miedo a lo que puede perder con el cambio! ¿O acaso no estaríamos encantados todos de cambiar si supiéramos que vamos a ser más felices, a tener un mejor trabajo o a ganar más?

Por eso, liderar es asumir riesgos. ¿Por qué asumirlos? En alguna ocasión el espíritu inquieto hace que la gente se implique en el cambio, pero en la gran mayoría de los casos, la gente que se atreve a liderar es porque esta HARTA de que las cosas sigan como están. Hartos de la incompetencia, de la injusticia, del mal funcionamiento de mi departamento, de una relación que no funciona, etc.

Y este hartazgo debe llevar a la acción, a hacer algo para que las cosas no sigan igual. No importa si es a gran o pequeña escala. Puede ser en una comunidad, en una empresa, en una asociación de vecinos o en un colectivo. Tal vez pensemos que para liderar hacen falta cualidades “especiales”. ¡Mentira! O ¿acaso no hay líderes de todo tipo (altos, bajos, guapos, feos, inteligentes y no tan inteligentes, ricos, pobres, poderosos, humildes, etc.)? Son gente que seguramente no se vieron jamás como líderes pero que algo les rompió, ya fuere la muerte de un ser querido, una injusticia o simplemente el estar hartos de una situación que debía cambiar.

Sería infinita la lista de personas que desde su pequeña tribu en Guatemala, o en su barrio en Nueva York o desde el departamento de una empresa se atreven a dar un paso al frente. ¿Cuánto soportaremos antes de estallar? o tal vez ¿nos tienen distraídos y seducidos para que no nos levantemos?

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