Basura mental¿Qué hacer con la basura mental de otros cuando la descargan sobre ti?

Recientemente y sin saber por qué, personas cercanas perdieron las formas y realmente fueron hirientes, ofensivas y dañinas. Pero digamos que podría ocurrir igualmente con quien te atiende en la ventanilla de un banco, un camarero que resulte ser un impertinente, un jefe que es déspota en sus formas o un policía que abusa de su autoridad con sus formas chulescas.

Si nos paramos a pensar, seguramente podremos comprender que unas veces el estrés, otras un mal momento, o simplemente complejos que se arrastran hacen que esas personas vayan vomitando formas o comentarios que hieren o hacen sentir mal a otras personas.

Pero ¿cómo nos libramos de la basura que nos acaban de soltar? ¿Cómo evitar que esos gritos, mala leche, chulería, o desequilibrio emocional no nos afecte y nos deje unas horas o unos días heridos y pasándolo mal? Y ya no digo si es alguien muy cercano como una madre, padre, hermano/a, pareja o amigo/a.

Creo que la comprensión de lo mal que pueda estar el otro de poco sirve. Es como quien recibe un codazo en el ojo, y ve que el otro tiene un tic. De acuerdo, entiendo que tu tic me ha generado el golpe, pero nadie me quita el dolor.

Además está el efecto cadena, donde uno al recibir y contaminarse por la basura de otro, un grito de un jefe, por ejemplo, lo va descargando con toda la serie de seres humanos que pasan delante de él/ella a lo largo del día.

Como explica David J. Pollay, quien ha escrito un libro titulado “Reciclaje emocional. Aprende a controlar tus emociones” analiza cómo y porqué muchas veces las personas ‘inocentes’ se convierten en receptoras de la basura emocional de otras. ‘Muchas personas son como camiones de basura: van por la vida acumulando frustración y esperan la ocasión para verterla sobre ti. Hay que evitar que ocurra para que no te amarguen la existencia‘».

El autor incluye en su libro un listado de conductas propias de vertedores: «estar siempre a la defensiva, no hablar de otra cosa si ocurre una desgracia, ser impuntual, ser reticente a pedir perdón, gritar con frecuencia, no escuchar las anécdotas agradables de otras personas, criticar con más frecuencia de la que se elogia o ser excesivamente sarcástico son algunos de los síntomas de quienes descargan su energía negativa sobre otros«.

Me atrevería a decir que todos caemos en ello en alguna ocasión. Muchas veces sin darnos cuenta damos una mala contestación que deja a la otra persona con un mal cuerpo. Pero también hacia nosotros mismos, cuando nos recreamos en el rencor, en una vieja herida, o en recuerdos que nos han herido, avergonzado, frustrado o decepcionado. Cada vez que volvemos a ellos, los estamos fortaleciendo.

Pero ¿cómo hacer para que no nos afecte? ¿Por qué el malestar de una o varias personas que se cruzan a lo largo del día, van a estropearme el día? ¿Qué puedo hacer?

Si son personas que habitualmente lo hacen, ya sea por su carácter o por complejos que no se han querido trabajar, en primer lugar hay que comentárselo. Si lo acumulamos, nos deja mal cuerpo, le damos vuelta y hasta somos capaces de guardarlo para soltarlo una vez hemos cambiado de siglo. Considero que hay que sacar ese sentimiento, hacer de espejo a la persona, pero eso sí, hay que esperar al mejor momento. Existe el llamado “momento Hulk”, aquél que si reaccionas ante el ataque de esa persona, dicha reacción genera más violencia aún. Es el momento de esperar a que “Hulk” se calme, se tranquilice y más que como un ataque se plantee dicha molestia como un compartir sobre lo que ha herido y cómo actuaría el/ella en ese momento.

Si ello persiste, tal vez sea hora de alejarse de esa persona.

Lo curioso del caso, es que estas personas cuando hieren, quieren que vayas a darle explicaciones de porqué te ha molestado. Es como si te crucifican y tienes que quitarte los clavos para bajar y preguntarle al guardia que te crucificó: “Oye macho, ¿qué te ha pasado para que me hayas clavado así?” Es decir, en lugar de trabajarse ellos mismos, de indagar el porqué de sus complejos, violencia, estrés, desasosiego, etc., ¡NO!, que sean los demás quienes se adapten. 

¿Y qué hacer con el «basurero ocasional»? Ahí Pollay recomienda «no recoger la basura del otro, ignorarla». Aconseja aplicar la Ley de Reciclaje Emocional: «sonreír, saludar y dejar que se vaya». Recibir por ejemplo un mal comentario con una amplia sonrisa e ignorarlo sin que nos manche.

Por eso, cuando aparezcan, lo recomendable es aplicar la Ley del Reciclaje Emocional y “sonreír, saludarles, desearles suerte y seguir adelante”, sentencia Polley. “Y es que de nada sirve almacenar y acumular recuerdos negativos y recrearse en ellos como si de un síndrome de Diógenes de la negatividad se tratara. Tampoco resulta nada útil seguir prestando atención a esos camiones potenciales que se acercan para descargar sus malos rollos«.

En resumen, es plantearse ¿por qué voy a dejar que otros decidan y manipulen cómo me tengo que sentir?

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