Es frecuente oír en seminarios, talleres, charlas y cursos la frase “el jefe tiene que motivar”. ¿Y si cambiamos la frase por “el jefe tiene que NO DESMOTIVAR”?
¿Por qué cuando llegamos a un trabajo estamos ilusionados, deseosos de dar lo mejor, implicados y hasta con grandes ideas en cómo mejorar lo que estamos viendo? ¿Y qué sucede para que pasado un cierto periodo de tiempo hayamos perdido esa ilusión, y estemos desmotivados, y hasta con conflictos entre compañeros?
Una solución que me suelen pedir es “vente a darles una charla de motivación”. Esto ya no sirve. Porque tal vez consiga motivarles e ilusionarles durante un tiempo. Pero ¿de qué sirve enviar viento a un barco de vela si no arreglamos las vías de agua que le impiden navegar a toda su potencia?
Ahí está el trabajo. Invirtamos en arreglar lo que desmotiva más que motivar con frases o acciones puntuales. Y ¿qué puede desmotivar? Aquí va un listado extraído de una sesión de trabajo en una empresa:
- la mala organización
- la falta de reconocimiento
- la ausencia de justicia en la carga de trabajo
- los continuos problemas entre departamentos por la falta de comunicación
- las largas y a veces inútiles reuniones
- la cultura presencialista: no te puedes ir hasta que se vaya tu jefe/a
- la falta de retos que te desarrollen como profesional
- los conflictos soterrados y que se hablan por los pasillos generando un ambiente tóxico
¿Hace falta que siga?
Por lo tanto no traigamos a un motivador a la empresa. Traigan a un “fontanero” que sepa desatascar toda la desmotivación existente, pero que a la vez les haga responsables y líderes de ese cambio. La dependencia nunca es buena.