¿Cuántas cosas no llegamos a empezar nunca? ¿Cuántas dejamos a medias? ¿Y cuántas volvemos a empezar para dejarlas, de nuevo, al poco tiempo? Seguramente, todos podríamos hacer una larga lista de ello, desde practicar algún deporte o hacer dieta, hasta un proyecto o tarea pendiente.
Normalmente, todo proceso suele empezar con una Motivación Intelectual, es decir, con un “me conviene hacer esto”. Tras darnos cuenta de que no podemos seguir como estamos, tomamos conciencia de que necesitamos cambiar. Nuestra mente nos lo dice, y hasta desarrollamos los argumentos más completos y sofisticados para defender la necesidad del cambio. Pero ahí nos quedamos. Sabemos lo que tenemos que hacer, pero no lo hacemos. Y mientras tanto, nos decimos: “¡Venga, a ver si me pongo mañana!” Al menos tenemos la intención, que ya es un paso.
De repente un día, sin saber por qué (seguramente debido al hartazgo de la incoherencia) despierta la Voluntad y nos ponemos en marcha. Esto ya es un avance (por no decir un milagro). Nos apuntamos a un gimnasio, nos matriculamos en algún curso, comenzamos una dieta y hasta puede ser que dejemos de ver la televisión para leer algo.
Pero… ¿hasta cuándo? ¿Cuánto dura la Voluntad? ¿Acaso no es una hipocresía? Porque en el fondo, cuando activamos la Voluntad, hay una lucha entre “lo que necesito hacer” y “lo que no me apetece hacer”. Cierto es que una vez que empezamos, la actividad puede llegar a seducirnos, pero en la gran mayoría de las ocasiones solemos desistir en cuanto encontramos un excusa (una fiesta, una gran comida, una reunión de amigos, etc.), un obstáculo. Y entonces, ya está, desistimos.
¿Qué hacer? ¿Cómo mantener la constancia en el cambio hasta convertirlo en un hábito? Creo que tanto la Motivación Intelectual (“necesito hacerlo”) como la Voluntad (“tengo que hacerlo”) carecen de la fuerza de la Motivación Emocional (“quiero hacerlo”). Para ello, hay que buscar algún elemento que dé satisfacción a nuestro ego, que más que compensar el esfuerzo, lo haga casi desaparecer. En ocasiones será tomar conciencia de lo que se pierde si uno continúa así y de lo que podría ganar si cambiara. En otras, puede ser competir con alguien o por un gran premio. Cada uno tiene que pararse y buscar ese “interruptor emocional” que convierta el “tengo” en el “quiero”.
¿O acaso no iríamos al gimnasio si tuviéramos como monitores a George Clooney y Giselle Bundchen?
Me gusta mucho este artículo. Sin duda es fundamental convertir el tengo en el quiero, pero, ¿qué pasa si no lo conseguimos? tampoco debemos engañarnos, hay «tengos» que nunca alcanzarán la categoría de «quieros».
A la famosa voluntad la veo en ocasiones desvalida. Debería dotarnos de la capacidad de realizar acciones contrarias a nuestras tendencias inmediatas en un momento dado, pero qué pasa si por sí sola no lo consigue ¿por qué no probamos a acompañarla de una dosis elevada de disciplina? Creo que la probabilidad de éxito será mayor!!