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Un médico es un gestor en muchas dimensiones: de conocimiento, de personas, de equipos y de pacientes.

Ello requiere todo un conjunto de habilidades interpersonales que al igual que otras muchas profesiones, no se adquieren en su formación y lo que es más triste, en general tampoco existe inquietud por adquirirlas.

Sin duda, su principal rol es curar, pero en el ejercicio de dicha labor está también actualizar sus conocimientos y estar a la vanguardia en las mejores técnicas. Pero por otro lado, desde el momento que interactúa con otros profesionales, también está entre sus labores el desarrollar y formar a otros médicos, compartir conocimientos, generar el ambiente adecuado para un mejor trabajo en equipo, coordinar diferentes funciones y tareas, es decir, gestionar personas.

Podemos ver lo similar de estos retos con cualquier otra profesión. Pero hay una particularidad: sus clientes son pacientes. Ello conlleva que en la relación hay un sufrimiento o una molestia, y es aquí donde también deben ejercer un rol de gestor de emociones. ¿Cómo hacemos sentir al paciente? ¿Cuál es el equilibrio entre empatía y no implicarse emocionalmente para el buen equilibrio emocional del médico? ¿Tratan como les gustaría ser tratados en caso de ser ellos los pacientes?

Y si profundizamos más, aparte de curar, en ocasiones parte de la cura es generar un cambio de comportamientos y hábitos en el enfermo. ¿Cómo hacer tomar conciencia y asumir la responsabilidad al propio paciente en su proceso de cura? ¿Cómo motivar a cambiar hábitos y hasta actitudes hacia la misma vida?

Si algo caracteriza a esta sociedad es que no sabemos escuchar. Por un lado queremos ser nosotros los escuchados, y por otro, damos consejos sin complejos, a pesar, de que no sabemos gestionar nuestras propias vidas. Al igual que en cualquier otra profesión, en la de los médicos, la escucha es enormemente importante. ¿Escuchamos a nuestros pacientes de forma eficiente? ¿Escuchamos a los compañeros o competimos por demostrar que sabemos más o somos mejores? ¿Escuchamos a aquellos que quieren progresar y que en cierta parte dependen de nosotros?

Es por ello que el coaching es una herramienta que una vez asimilada e interiorizada ayuda a escuchar, retar, cuestionar, ayudar y motivar a nuestro interlocutor, ya sea otro médico o paciente. O simplemente cualquier profesional que forma parte de todo aquello que rodea un hospital o clínica. Si decimos que las personas son lo más importante, ¿cuántas veces nos hemos sentado a escuchar cómo está su nivel de motivación, qué retos necesita asumir, qué cambios tiene que ejecutar y sobre todo, en qué tenemos que mejorar nosotros mismos para hacer mejores a los demás?

Y aquí llega un tema apasionante: el cambio. Si no hay cambio, no hay liderazgo. Conocemos muchas empresas muy bien gestionadas que han desaparecido, sencillamente porque no supieron adaptarse o adelantarse al cambio. Es tan exponencial la velocidad a la que estamos yendo en cualquier disciplina, que o introduzco en mi ADN la gestión del cambio, o desapareceré como profesional.

Y todo grupo humano, todo proyecto requiere cambios. Y ello conlleva resistencias, ya sea por miedo, desconocimiento o no estar de acuerdo. ¿Sabemos ser líderes? El líder del futuro ya no tiene soluciones, pues muchos problemas son totalmente nuevos. El líder del futuro es un facilitador de la inteligencia colectiva, haciendo partícipes a los demás para ser responsables del cambio que es necesario asumir.

En resumen, además de cumplir profesionalmente (o sea curar) un profesional de la medicina gestiona “clientes especiales”, es decir, pacientes, por lo que tan importante es lo primero como también gestionar esas emociones que arrastramos los que somos puntualmente pacientes.

Y no se olviden de los otros profesionales que les rodean. Saber gestionarlos y liderarlos marcará sin duda una gran diferencia.