¿Qué sentirá cualquier persona de su organización si dice: “Vamos a hacer cambios en breve”? Seguramente surgirán sensaciones de pánico, miedo, resistencia, desconcierto, temor, preocupación, y así un largo etcétera.
Pero ¿qué pasaría si en lugar de eso dijera: “Vamos a evolucionar como organización”? Posiblemente habría curiosidad, algún “¡ya era hora!”, o incluso un “menos mal, porque yo ya pensaba marcharme”.
¿Cuál es la diferencia? La palabra “cambio” versus “evolución”.
Las palabras generan emociones.
Cambio produce preocupación.
Evolución genera curiosidad y deseo.
Las palabras generan emociones. No es lo mismo “tener una discusión” que una “bronca”. Ni “amor” que “deseo”. Es por ello que en un proceso de transformación, la comunicación es fundamental, sobre todo desde el principio, porque uno de los grandes enemigos es la “rumorología”. No podemos permitir que la realidad se distorsione por falta de información o por no saber gestionarla adecuadamente, porque al final se pueden generar emociones de crispación, resistencia, miedo, estrés, etc., sencillamente porque se están manejando información distorsionada.
Recientemente en un proyecto de transformación radical, tipo Big-Bang, hacia una organización “Agile”, modificando cultura, arquitectura y metodologías, acordamos prohibir la palabra “cambio”. ¿Por qué? Pues sencillamente porque hablar de “proyecto de evolución” (o como alguna lo llamó “re-evolución”) aquietaba los espíritus y sobre todo no alimentaba a la tropa de tóxicos que pululan por las organizaciones.
Hablar de “evolución” es hablar de ir a más, sin dejar de ser totalmente lo que somos. Supone mejorar, ganar, dar un salto, con la sensación de no correr peligro, puesto que tal vez, la percepción fruto de conocer cómo funciona la Naturaleza, la evolución es un proceso pausado, sin grandes saltos, sin grandes dolores. Por ello la gente lo recibe mejor, aunque en la actualidad, la velocidad de “evolución” tenga que ser abismal. Pero aún así, es para mejor, para sobrevivir o incluso superar nuestro estancamiento de años.
Es más, deberíamos meter en el ADN de nuestra organización, la ambición, el espíritu y el espacio físico y mental, para estar en constante evolución. Ya no vale estar estancados, para dar grandes saltos tecnológicos u organizacionales. Debemos hacer como los “surikatas”, estar atentos, mirando el horizonte para saber qué modificación o innovación puede integrarse en nuestros procesos, sistemas de trabajo o sencillamente en nuestra forma de pensar. Es aplicar la filosofía “kaizen” (mejora continua) para estar evolucionando de manera constante y no a grandes saltos.
¿Qué pasaría si todo el mundo tuviera como “zona de confort” estar evolucionando de manera constante?
Seguramente las cosas serían diferentes…