Escuchemonos

Escuchémonos. Porque la realidad es que no lo hacemos. Y es tanto a nivel de organizaciones, cómo a nivel social y político. Sin dejar de mencionar la ausencia de escucha entre las personas como individuos.

 

Estamos llenos de sordos que oyen, pero que no escuchan.

De egos que buscan tener razón, más que de indagar en la verdad.

Hambrientos de convencer, más que de aprender.

Y así nos va.

 

Lo más triste son las numerosas pérdidas por ello. A veces una amistad. Otras veces un talento que se nos va de la organización. Pero sobre todo, la gran pérdida es el propio conflicto, ese espacio donde perdemos la paz interior, el cual se llena de dolor, incomprensión y hasta de heridas que tardan en curar y cicatrizar. La Historia nos da continuas muestras de ello.

 

Quién escucha aprende.

Quién aprende evoluciona.

Quien evoluciona se hace sabio.

Y quien es sabio,

desea seguir escuchando,

para continuar aprendiendo.

 

Observo poca escucha en las organizaciones. La jerarquía y el poder en ocasiones tapona los propios oídos. No queremos (bajo el argumento de “no hay tiempo”) escuchar a nuestros equipos, a las personas, a los seres humanos que trabajan para nosotros. Pero para escuchar es necesario saber preguntar, saber indagar para separar la paja, los detalles y lo que distrae, de lo que es realmente importante. No escuchamos las nuevas ideas, o aquellas quejas sobre la falta de recursos materiales o humanos. Preferimos que sigan en su frustrante protesta porque tal vez invertir tiempo y recursos en resolverlo, supondría darles la razón. 

Descubriendo la no escucha

La primera manifestación de no escuchar es interrumpir. Es una muestra de no interesar en absoluto lo que la otra parte vaya a decir. Unas veces, porque creemos que ya sabemos lo que va a decir. Otras, porque pensamos que está totalmente equivocado y para qué seguir oyéndole. Y en otras, porque nuestro ego, manifestado a través de la necesidad de control, nos posee y sólo queremos ganar la discusión, el debate o el conflicto, incluso a costa de la propia relación.

Pero todo tiene consecuencias. Unas veces herimos a las personas, por anularlas al no mostrarle respeto. En otras, se aumenta el tono, la intensidad y la crispación, pues quien es anulado, se niega a ello y lucha por poder comunicarse, acabando en una batalla dialéctica. Lo hemos vivido en familias, empresas y relaciones humanas. Otra triste consecuencia es el silencio de quien parece ser vencido, pues o no tiene la fuerza moral, jerárquica o la energía para esa lucha encarnizada. Y es así como se auto aparta de poder mostrar su opinión, su verdad. Y todos perdemos por ello.

La segunda muestra de la ausencia de escucha es no preguntar. Cuando oímos una opinión diferente, se suele activar nuestro deseo de convencer, de ganar, de mostrar la equivocación, en lugar de curiosear e indagar más allá de lo que parece una opinión equivocada. Si preguntamos puede que descubramos que tan sólo nos separan las palabras y sus significados, pero que coincidimos en lo que deseamos compartir. En otras ocasiones, siendo humildes y mostrando interés por saber aún más de lo que piensa nuestro interlocutor, puede que descubramos que nosotros somos los que estamos equivocados: desconocimiento de nuevos argumentos, explicación de detalles que se obviaron por no escuchar, etc.

Pero es preguntando, cómo incluso podremos desmontar aquello en lo que no estamos de acuerdo. Pero de diferente forma:

 

“El tonto intenta convencerme con sus argumentos.

El listo utiliza los míos”

 

He tenido muchos debates y discusiones, y cuando aprendí que era más interesante retar las ideas contrarias cuestionándolas, que cansarme en aportar argumentos que nunca serían aceptados, descubrí el placer de debatir ideas. Preguntar, descubre. Cuestionar, profundiza. Retar, tambalea los cimientos de los argumentos o por el contrario se afianzan aún más en el debate de las ideas.

Y he aquí una gran pregunta: ¿debatimos y discutimos para ganar o para aprender? ¿Es más importante la victoria de mis argumentos, que las emociones heridas de la otra parte? Sin duda, en los nichos de poder, económico, empresarial o político, no se piensa así. La jerarquía ensordece las mentes. El poder se utiliza como martillo para callar a quienes piensan diferente.

Durante mucho tiempo no entendí la frase “cuando conozcas a tu enemigo, dejará de serlo”. Tal vez, si escuchamos a nuestros rivales, entenderemos más allá de lo que a simple vista se puede observar. En el silencio de nuestra escucha podremos ver cómo el orgullo, la inseguridad, el dolor o la necesidad de autoestima en tener la razón, es lo que esconde tras tanta violencia.

El silencio nos permite observar lo que no queríamos ver: sus gestos, la elección de las palabras, su mirada, todo ello habla por sí mismo. Y de esta manera podemos entender que tras esas palabras puede haber dolor, rabia, tristeza, necesidad, vanidad o el mencionado orgullo. Y desde ahí elegimos. Siempre elegimos.

Aprendamos a escuchar lo que se dice y lo que no se dice. Aquí está la verdadera escucha: dejar de oírme a mí mismo para poder entender a la otra parte. Y desde esa comprensión, ambas partes descubrimos, sin herirnos, sin deseo de ganar, porque la gran victoria es una gran conversación con grandes descubrimientos, aunque al final, no estemos de acuerdo. Pero algo habremos ganado. Primero no herir a ninguna de las partes, y segundo, aprender o afianzar aquello que ahora parece más claro, pero que en próxima conversación podría desmontarse.

Cómo aprender a escuchar

Lo primero es cambiar el propósito de la escucha. Si decido cambiar el “convencer” por el “aprender”, y el “ganar” por el “hacer sentir bien a la otra persona”, ya ello transformará nuestra actitud y nuestras formas.

Lo segundo, es saber preguntar. Hay personas que se dispersan, porque sólo se escuchan a sí mismas. Y el mejor test es preguntar: “Disculpa ¿qué fue lo que te pregunté?. Para sorpresa, la mayoría de las veces afirmarán con cara sorprendida, “no me acuerdo”. ¿Ello qué quiere decir? Que sólo quieren escucharse, dando tantos detalles que no han sido solicitados, en un ejercicio de desahogar, controlar o manipular, pero nada tiene que ver con escuchar a lo que se ha preguntado.

Lo tercero, es saber interpretar. Muchas veces las discusiones son acerca de las palabras o los conceptos. Decimos lo mismo, con diferentes palabras, pero nuestra victoria está en la idea que afirmamos, en nuestro concepto, que si escucháramos de forma plena, tal vez veríamos que tenemos más de común que de diferente a lo que ambos queremos aportar.

Y la cuarta, es priorizar la relación a las diferencias de pensamientos. Si empieza a haber algo de crispación, debemos entender que no tenemos por qué coincidir, y seguramente se puede bajar la temperatura si ahondamos más en lo que nos une que en lo que nos separa.

Escuchemos pues con la intención de empatizar, conectar e indagar en el pensamiento ajeno, el cual nos puede ayudar a descubrir sus incoherencias o las nuestras, pero en ambos casos, será un proceso de aprendizaje mutuo.

Y podríamos hablar de saber escucharse a uno mismo, algo que también tenemos olvidado, pero daría para otra reflexión.

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