cerebro padreHay cosas que parecen que bajan del cielo, como que las aprendemos por iluminación divina, sin que hayamos sido instruidos para ello. Una de ellas es el hecho de ser padre/madre.

Es fácil tener hijos, pero saber educarlos, poner los cimientos de unos buenos valores y actitudes o no castrar su potencial ni crearle traumas ni falta de autoestima, hace pensar que no es una tarea fácil. Sin embargo, cuando se traen al mundo, nadie se forma para ello, ni antes ni durante ese proceso de educación.

Pensando en ello, se me ha ocurrido que el cerebro de estos “entrenadores” llamados padres, debería estar dividido en cuatro compartimentos.

Un primer 30% debería ser dedicado a la “seducción”. Ello supone pensar en cómo plantear las obligaciones o las tareas de tal manera que no lo perciban como una imposición y generen la respuesta automática de queja y lamento. También significa saber retarles descubriendo ese interruptor (ya sea competitivo o afectivo) para que hagan lo que deben de hacer.

Hay otro 30% del cerebro que debería entrenarse para la “negociación”. Casi desde la incubadora están negociando. Y lo más increíble es que inicialmente no forma parte de un proceso consciente, sino que es inconsciente llegando incluso a somatizarlo y caer enfermos con tal de conseguir sus objetivos. Ante semejante inteligencia negociadora, debemos buscar aquellos objetos de valor (juegos, PSP, PlayStation, etc.) o ritos (premios, viajes, etc.) que nos permita poder negociar con ellos. De otra manera estamos perdidos.

Un tercer 30% debería estar especializado en “hacer respetar nuestra autoridad”. Y es esto lo que generalmente menos se desarrolla debido a un cierto complejo cultural y social. Por evitar un lloriqueo o una pelea, por no querer “traumatizarles” (¡oh Dios mío! ¡qué gran engaño!) o por ganárselo cuando hay un divorcio entre medias, no se sabe decir un “no” firme, y es cuando entonces se convierten en pequeños dictadores. Y cuando crezcan, no duden que seguirán con semejante actitud. Es por ello que la autoridad, el aplicar el principio “acción – consecuencia”, debe ser un criterio en su educación.

¿Y qué sucede con el 10% restante? Éste es el que deberíamos dedicar a discernir cuándo utilizar los otros tres. No nacemos aprendidos. Nadie nos ha formado ni entrenado para educar. Pero ello no quita para que seamos lo suficientemente humildes para ponernos a aprender y evitar que los hijos se conviertan en dictadores o generen actitudes que a la larga vayan en contra de ellos mismos.

Y tras releer el artículo me pregunto, ¿acaso no vale esto también con todas nuestras relaciones familiares, profesionales y afectivas?

Privacy Preference Center