Tal vez uno de los mayores obstáculos para tener una vida productiva y satisfactoria es para muchos la dificultad de decir “no”. Y ello tanto en el ámbito personal como en el profesional. ¿A qué se debe ello? ¿Qué hay detrás de nuestro miedo a decir “no”? ¿Por qué nos acabamos enfadando con nosotros mismos por estar haciendo lo que no queremos o dejar de estar haciendo lo que nos hubiera gustado hacer?

Antes de nada, aclarar que no se trata de decir “no” a todo, como el vídeo de este niño que sin duda tiene mucho futuro en cuanto a libertad se refiere 😉

Estoy hablando en este caso de cuando hay un hábito a ceder ante lo que nos piden los demás. ¡Este es el problema!

Antes de nada, conviene también aclarar que hay situaciones en donde no es posible decir “no”, pues estamos ante una urgencia o simplemente ante una autoridad.

En primer lugar hay que ser conscientes que hay personas que no tienen este problema. Incluso muestran su molestia cuando se les requiere algo, lo que genera que nadie les pida nada y logren su objetivo: no hacer lo que no quieren.

En el otro extremo, está lo que me atrevería a llamar el “pringao de buen corazón”, alguien de quien se abusa, que es a menudo chantajeado emocionalmente para hacer lo que otros quieren. Su debilidad de no saber decir “no”, le lleva a un conflicto personal entre lo que no le apetece por un lado, y conceptos como el egoísmo o el miedo por el otro. Eso es lo que trataremos de resolver en este post.

Pasemos a analizar en primer lugar, qué nos impide decir “no” en ciertas ocasiones y preguntémonos dónde estamos nosotros:

– evitar un conflicto (con el jefe, la pareja, la familia, etc.)

– no hacer sentir mal al otro: sentido de culpabilidad

– creer que las necesidades de otros son más importantes

– miedo a no ser aceptado o a ser rechazado

– no saber argumentar la negativa

– creencia que decir no, es egoísmo

– etc.

¿Y qué consecuencias suceden cuando caemos en algunas de estas razones?

Digamos que en el trabajo:

– tenemos una constante sobrecarga, pues hacemos lo de los demás y no lo nuestro

– no cumplimos con nuestros plazos

– baja la calidad de mi propio trabajo

– envío un mensaje de continua disponibilidad para los demás

– les demuestro que mi tiempo vale menos que el de ellos

– asumo trabajos que no son de mi competencia

– etc.

Y en ¿la vida personal?:

– quien tenga hijos, pues a mirar la foto del bautizo…

– menos tiempo libre para deporte, hobbies, etc.

– y lo que es más peligroso: estrés y somatización de dicho estrés

¿Qué hacer entonces?

Una regla que considero que debe ser automática es pedir un distanciamiento inmediato de la solicitud con un “te digo algo en un minuto”, “dejáme pensarlo”, “déjame verificar otros compromisos/tareas”, etc. Y es en ese tiempo cuando tengo que hacerme las siguientes preguntas:

– ¿Cuánto tiempo me va a llevar?

– ¿Tengo realmente tiempo para ello?

– ¿Qué voy a dejar por no saber decir “no”?

– ¿Invade mi tiempo personal?

Pero aquí llega un gran problema. Muchas veces no sabemos si tenemos tiempo para ello, o qué voy a dejar de hacer, porque…. ¡¡NO SABEMOS LO QUE TENEMOS QUE HACER!!

Si tuviéramos un inventario actualizado de toda la carga de trabajo y tiempos que necesitaré, seguramente no dudaríamos en decir “no”, pues estaríamos diciendo “sí” a otra persona: ¡nosotros mismos!

Ya luego en el momento de cómo decir no, hay frases que ayudan:

“Sí, me encantaría, pero…» (y explico todo el listado de cosas que tengo que hacer)

– Defino el tiempo que tengo disponible: “Si sólo me lleva 20 minutos, podría. Si no, me es imposible”

– Preguntándole por qué él/ella  no ha podido hacerlo para así desmontar su solicitud: “¿Y a qué se debe que no puedas acabar el trabajo?”

– Plantear otra opción: “Eso me es imposible. Pero te puedo ayudar en otra cosa”

En definitiva, hay que separarse de la contestación inmediata, analizar el coste que ello va a suponer, y buscar «negativas afirmativas», para que nuestro interlocutor no perciba un “no” brusco.

Finalmente, quien quiera profundizar en cuestiones más complejas, recomiendo un libro de William Ury: “Cómo decir un NO positivo”.

¡¡A practicar!!

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